El psiquiatra tenía unos lentes colorados. Una parte del marco era redonda y la otra, rectangular. ¡Ay!, pensó, este hombre está peor que yo.
Se sentó frente a él en una silla tapizada de tela verde. La mesa estaba llena de libretas, lapiceras, hojitas de papel con garabatos y libros a medio abrir. En la vitrina, una colección de pisapapeles de cristal. Al ver que los estaba mirando, el doctor le dijo,
¿Le gustan?
No sabría decirle, contestó el hombre.
Bueno, ¿le parecen bonitos?
Uff, las mujeres son bonitas, o no, claro, pero un pisapapeles…
Entonces, ¿le desagradan?
Tanto como eso, no…
Bien, dijo el psiquiatra, empecemos otra vez. Se quitó los lentes y los limpió cuidadosamente con un trapito. Cuando se los puso de nuevo, el hombre comprobó con asombro, que el marco había cambiado, ahora las dos partes eran redondas. Azorado, volvió a mirar hacia la vitrina.
¿Le gustan? preguntó el doctor.
Mucho, respondió él, son relindos.